No pelearse con la noticia

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2014-04-09

En su blog Los políticos, el colega Salvador Muñoz narró el jueves 26 de marzo una lección que le dejó el extinto Ángel Leodegario Gutiérrez Castellanos, “Yayo”, fundador director de El Diario del Sur de Acayucan y del diario Política de Xalapa, pero también ex dirigente estatal del PRI, dos veces diputado local y magistrado del Tribunal Superior de Justicia.
Escribió Chava que la primera vez que se propuso volver a manejar una noticia de Patricio Chirinos, Yayo se le quedó viendo y le preguntó la razón para publicarla. Le respondió –refiere– que le parecía una información de interés político y social. “Entonces escuché unas palabras que llevo a cualquier mesa de redacción en donde he estado: ‘No hay que pelearse con la noticia’”.
Para que mejor se entienda la madurez y amplitud de criterio de Yayo, habría que contextualizar: a Patricio Chirinos, o, quizá todavía mejor, a Miguel Ángel Yunes Linares, entonces poderoso secretario de Gobierno, no les gustaba su línea editorial porque no sólo no aplaudía a la administración estatal (en el poder, todos son iguales), sino que hacía crítica, señalamientos, y además daba cabida a voces disidentes, incluso él fue quien llevó a Política a Regina Martínez, desde entonces ajena a la línea informativa que se dictaba desde Palacio de Gobierno.
A Yayo terminaron por vetarlo informativamente (entonces no había todas las herramientas tecnológicas, de telecomunicaciones y cibernéticas que hoy conocemos y que facilitan el flujo informativo) y dejaron de enviarle los boletines de prensa, sin los cuales no se tenía la visión oficial de la noticia, le cortaron toda publicidad y ordenaron a todos los ayuntamientos del estado que hicieran lo mismo, le cerraron las puertas de cualquier oficina pública, lo despojaron de su notaría que tenía en Acayucan y lo persiguieron y hostilizaron como a pocos.
Yayo, quien fue un hombre agudo, inteligente, frío, calculador y muy valiente, aguantó vara –Gina Domínguez dixit– y en respuesta endureció su línea crítica. Terminaron siendo de él grandes enemigos tanto Chirinos como Yunes Linares. Pero él no se la complicó. Sabía que así eran los hombres en el poder y con el poder (él mismo lo había sido), que se iban a ir algún día del gobierno, como se fueron, y que él seguiría vigente haciendo periodismo, como lo hizo hasta su muerte, siempre contando con el apoyo de su familia y de sus pocos amigos.
Sin embargo, Gutiérrez Castellanos nunca tuvo debilidad de carácter como para caer víctima del rencor, del odio, del deseo de venganza, y tuvo la sensibilidad para privilegiar la imparcialidad que reclama el ejercicio periodístico, por encima de cualquier agravio a su persona o a sus periódicos. En eso radicó la clave de su éxito: como periodista fue muy profesional, no se peleaba con la noticia viniera de donde viniera, y bajo ese criterio condujo sus empresas, haciendo a un lado diferencias o pleitos personales y no viendo enemigo en la nota informativa si tenía un interés como noticia, así la nota tuviera como actores principales a Chirinos o a Yunes.
Escribió Chava Muñoz: “Es común que en los medios, sean reporteros, columnistas, editores, directores o hasta los dueños de las empresas, las vísceras les ganen en algunas ocasiones y opten por hacer de lado una buena foto, un excelente cartón o hasta una gran nota porque no les agrada el político o el sujeto de la declaración…”. Lamentablemente, así es. Qué difícil nos resulta a veces hacer a un lado intereses personales y no pensar en los lectores.
Remató su comentario: “Insisto: En este negocio, ‘no hay que pelearse con la noticia’, como me lo dijo Yayo”.
Reparo: acaso eso influyó también en mí, en mi formación como periodista, porque me hice al lado de Yayo. Quizá aprendimos juntos. Siendo yo director del Diario del Sur de Acayucan y él el dueño del periódico, un sábado por la noche me llamó por teléfono desde la Ciudad de México, donde se encontraba, para ordenarme que vetara informativamente a un líder agrario local (Crispín Martínez), o en todo caso que diera una nota negativa sobre una reunión que encabezaría al día siguiente, el domingo (nunca supe ni le pregunté por qué. Acaso lo habían mal informado con él).
Estuve en la reunión, que se celebró bajo un grande y frondoso árbol de mango manila para aliviarse del fuerte calor, y atestigüé cómo los ejidatarios lo reconocían como un auténtico líder, pero también como lo que exponían y reclamaban tenía razón. No le informé nada a Yayo, le desobedecí y narré en la nota respectiva todo lo que había pasado, de la forma más fiel. Ni veté al líder ni di nota negativa. Cuando Yayo se enteró ya todo estaba publicado.
Para mí agradable sorpresa no me reprendió, me escuchó atento cuando le platiqué todo lo que había pasado y cómo había pasado, que me hizo repetírselo, y ahí quedó. No fue sino muchos meses después, un día en que coincidimos en una reunión en el palacio municipal de Acayucan en una recepción, en que públicamente aquel líder agrario le hizo el más encendido reconocimiento a Yayo por su honestidad, por su apego a la verdad, por su profesionalismo como periodista, y le dio un abrazo por aquella nota informativa.
Yayo y yo aprendimos que ese era el camino correcto: el del apego a la verdad, a los hechos, y que no había que pelearse con la noticia. Chava y yo bien lo sabemos. Y lo llevamos a la práctica. Muchos no lo entienden y quisieran que quienes escribimos compráramos sus pleitos personales y nos peleáramos con sus enemigos, que muchas veces son noticia.
El periodismo, el verdadero periodismo, no tiene enemigos personales. No los puede ni los debe tener. Su deber es informar, sea quien sea el actor de la noticia. Entenderlo y llevarlo a la práctica es volver a la esencia del buen periodismo. Si bien es cierto, como dice Salvador Muñoz, que a muchos les ganan las vísceras, también lo es que hay medios y directivos y jefes que honran nuestro quehacer abriendo sus espacios a todos, sin distinción. Y es tonificante para la sociedad, para la democracia.