Renuncias
Lilia Cisneros Luján
Una Colorada
2019-07-15
Expresar la voluntad unilateral de concluir un vínculo jurídico –laboral, político o civil como el contrato de matrimonio- es una posibilidad inherente al ser humano que sin embargo ha cambiado según el tiempo y la cultura. Todavía en los años 50, las gentes se empleaban con la idea de que sería por mucho tiempo y quizá por toda la vida. Nanas, asistentes domésticas –llamadas entonces según el caso, sirvientas, chacha, chiminas etc.- prácticamente pasaban a ser parte de la familia y si acaso procreaban, sus hijos de cierta forma tenían garantizado sustento y escuela cuando menos.
Desde temprana edad, el anhelo de quien llegaba al tiempo de trabajar era ser parte de una empresa a donde esperaban permanecer de 30 a 40 años para salir con una jubilación decorosa, ocurriendo lo mismo en el sector público, donde el vínculo era o con la institución -PEMEX, IMSS, ISSSTE, UNAM- o con quien sería su eterno jefe pues sin importar a donde este se fuera, se le seguía con lealtad.
Con el advenimiento del consumismo, la visión laboral también se fue afectando a tal grado que surgieron manuales, procedimientos y especialización en reclutamiento, para evitar sobre todo que los subordinados, abandonaran el trabajo bien por frustración, desgaste o aburrimiento. Estas posibilidades de dimisión se hacen mucho mas frecuentes, a partir de los 90 con jóvenes impulsivos quienes aprendieron que si el refrigerador se descompone hay que comprar otro y que eso de permanecer atado por toda la vida es algo ridículo y limitante.
Más allá de las seis o nueve razones por las que un subordinado decide renunciar[1] lo cierto es que son raros, quienes deciden “casarse” con sus empleadores, por lo cual terminan yendo de un trabajo a otro, sin ser capaces de aumentar a su contrato jurídico uno psicológico ¿Porqué resignarse a ser el mismo burócrata, secretaria, recepcionista? Una de las razones para no irse es la seguridad en el ingreso pecuniario aun cuando el hartazgo lo haga estar ausente. ¿Qué piensa de esas personas que le atienden en la ventanilla, que están físicamente ahí, pero parecen fantasmas o malévolos gremlins?
Construir un vínculo adulto, maduro, profesional, a fin de establecer un contrato de mutua conveniencia, se da apenas en niveles superiores y siempre en el entendido que en algún momento, dicho trato se puede romper, sin mayores consecuencias. ¿Cómo ven los compañeros, empleadores, familiares o amigos cercanos e incluso la opinión mediática al que decide dimitir? Cada uno de estos, tiene su particular punto de vista, y así se puede calificar la renuncia de: falta de compromiso, insubordinación, auto-protección porque no desean[2] ser parte de movimientos “dudosos” y hasta un alto sentido de responsabilidad, como lo han hecho aquellos a los que se les ha sugerido nadar de muertito, no hacer olas y callarse frente a lo que no es muy correcto.
Salvo en personas muy jóvenes –sin experiencia y renuentes a “casarse” con sus empleadores- la mayoría de los abandonos de un empleo conlleva cierto tiempo para realizarse y, en el periodo entre haber decidido irse y el del anuncio de su decisión, quien espera conseguir algo en otra parte, incumple, baja su productividad, deja de aportar ideas, a veces se convierte en cleptómano –de lápices, cuadernos y todo lo que pueda utilizar en su casa- y hasta se da el caso de quien consulta a un especialista laboral, para terminar denunciado al patrón, “porque lo corrió” injustificada y violentamente, lo ha maltratado etc. para ver que beneficio adicional puede conseguir.
Lo que no ha variado mucho son las renuncias políticas. Aquello de la lealtad, de que “yo me voy junto con mi jefe” que se daba casi de cajón en cada relevo, se ha enfrentado a escollos, como las carreras burocráticas que se supone dan garantía a los profesionistas de permanecer en su puesto aun cuando el que llega no sea afín a su doctrina –derecha izquierda, panista, priísta, perredista etc.- y sobre la base de que ha concursado y se ha convertido en especialista. Esto sin embargo no erradica 100% la posibilidad de desistir, sirviendo al país, el partido o la organización, aun cundo se haya declarado identificación con el proyecto y el afán de ser parte del mismo. Harto difícil es sin embargo permanecer aun cuando existan emociones de afinidad, si en el camino, el equipo es tan diverso que resulta difícil avanzar en el proyecto que supuestamente se pretende instrumentar.
Así las cosas, el consumismo y el neoliberalismo han hecho mucho más frágiles las relaciones laborales, que están muy a menudo amenazadas por la ruptura, si lo que ambas partes esperan del otro –los empleadores y los empelados- no corresponden a las expectativas. Las renuncias entonces se dan en las iglesias, las familias, las empresas, las oficinas de gobierno, los partidos, las OSC y en general, en casi todo el universo de las relaciones sociales en las que participa la humanidad y en las que cada vez con más frecuencia, no hay balance. ¿Cuánto tiempo se requiere, para banalizar el porqué de los rompimientos? ¿Quién tiene la verdad revelada acerca de porque esto ocurre? ¿Se puede calificar al empleado de estafador y al empleador de explotador? Si este fuera el caso ¿podemos asegurar que todas las relaciones laborales son tóxicas? Por pura curiosidad debiéramos revisar la renuncia de Porfirio Díaz a la presidencia el 25 de mayo de 1911, y tantas otras que en diversos niveles de nuestra nación se han dado entre presidentes municipales, miembros de las fuerzas del orden, legisladores etc. Solo con la cabeza fría podemos dilucidar que emoción, desde el miedo hasta la deslealtad, fue la que privó en este elemental acto de libertad de quienes aman trabajar y hasta tienen un plan que implique aprender cosas nuevas, y asumir diversos retos. Todo ello debería conducir no solo a aumentar la experiencia y las habilidades sino básicamente a ser felices.