CLAROSCUROS

Columna de José Luis Ortaga Vidal

2012-02-24

(1)

En el puerto de Veracruz se vive una suerte de tensión social.
Hay lugares públicos, populares, tradicionales, a los que la gente ha dejado de ir.
La causa: el temor.
No se sabe si estarás en el lugar equivocado y a la hora indebida, me cuentan.
Igual y estás comiendo unos tacos y de pronto pasa un auto del que surgen disparos y te hieren o mueres.
¿Fantasía?
No.
Situaciones de esa gravedad aunque de distintos estilos se viven en el maravilloso puerto jarocho.
¿Existe algo peor al miedo que nace de la inseguridad?
Sí: el miedo que surge de la desconfianza.
No hay nada peor que tener miedo de uno mismo.
Y este tipo de fobia se origina en la descomposición del tejido social.
En la ciudad de Veracruz ya no se le tiene confianza –por ejemplo- a las autoridades.
Inspiran temor los cuerpos de seguridad de todos los niveles y de todos los géneros.
Vaya, ni las autoridades confían en las autoridades.
Esa es la lógica que imperó en la desaparición de los cuerpos policiacos y los de tránsito.
La corrupción impregnó a tal grado a las instituciones que puso en peligro a las instituciones mismas y desde luego que a la sociedad en general.

(2)

Hay una razón evidente en la decisión estatal-federal de echar mano de los marinos para atender áreas de seguridad que dependen del sector civil.
¿Les quedaba de otra?
Todo indica que no.
Pero… ¿Esa es la solución?
He ahí la pregunta clave que aún no tiene respuesta en la ciudad de Veracruz.
Y para ilustrar lo afirmado, está el Carnaval que recién ha concluido.
Mi argumento no se fundamenta sólo en cifras.
¿Cuántos muertos y heridos hubo durante el Carnaval?
Es difícil saberlo porque algunos hechos sangrientos no son cuantificados o sus datos duros no son accesibles ni para los periodistas.
Hay numerosas historias de detenciones, operativos oficiales y sucesos violentos de los que se habla de voz en voz, de persona a persona y a menudo al interior de las familias.
Es virtualmente imposible saber si las estadísticas de violencia han aumentado o disminuido a partir de la presencia de la Marina en el trabajo policiaco y tránsito.
Pero además de las estadísticas –siempre importantes- están los hechos cotidianos.
Esas situaciones que la gente ve, oye o vive.
Y de eso no hay mejor fuente informativa que las vivencias a las que un reportero puede tener acceso vía la más esencial de las estrategias en el trabajo periodístico: el testimonio de los protagonistas de un suceso.

(3)

El domingo 19 de febrero, penúltimo día de los desfiles, un periodista proveniente de un medio impreso en el Distrito Federal y de circulación nacional obtuvo una historia muy interesante y atractiva.
Un grupo de marinos –unos seis- fueron llamados por el equipo de prensa de la alcaldesa Carolina Gudiño.
Una integrante de esa área se quejó por la presunta agresión de un sujeto al que reportó ebrio.
Los marinos –fieles a su talante- primero llegaron y actuaron y luego investigaron.
El periodista tiene frente a sí a la fuente protagonista de la noticia: él mismo.
En efecto, aquel trabajador de los medios de información fue invitado al Carnaval, ingresó a las gradas destinadas a los reporteros, donde recibió unas cervezas que el Ayuntamiento o el Comité de Carnaval –o ambos- compraron para “atender” a los reporteros y luego fue acusado de estar ebrio y de agredir a una trabajadora de Comunicación Social.
Y este asunto con muchas dudas de origen fue elevado a categoría del periodista, aparecieron los marinos e intentaron detenerlo.
El acusado se identificó como reportero de un periódico de circulación nacional. También se identificó como invitado del Comité de Carnaval a las fiestas del Rey Momo en Veracruz y ofreció su versión sobre los hechos que la empleada municipal calificaba de un atentado contra su integridad.
Hay datos que es importante precisar.
El periodista acusado no estaba ebrio.
La queja de la trabajadora de comunicación social surgió de la intervención del reportero para el acceso de un joven fotógrafo sin acreditación, a la zona oficial de los trabajadores gráficos asignados por los periódicos a la cobertura del desfile nocturno del domingo.
Una borrachera falsa y el “palancazo” para un fotógrafo novato, provocaron la intervención de seis marinos cuyo jefe –enterado del fondo del asunto- le dio una solución pragmática:
¡Por favor retírese! Fue la orden del jefe de los marinos al comunicador acusado.
Y éste, indignado arrojó la invitación del Comité de Carnaval a los pies de la jefa de prensa de Carolina Gudiño y se marchó.
Un reportero –testigo de los hechos- intentó intervenir a favor de su colega frente a los marinos.
No pudo hacerlo porque dos elementos de seguridad que vigilaban las gradas asignadas a los periodistas se lo impidieron.
¡No vaya! ¡No intervenga! Le pidieron, mientras colocaban las manos en los brazos del periodista.
Será peor si usted va. Los marinos reaccionan en forma muy agresiva. Crecerá algo que seguramente se solucionará rápido y bien, argumentaron.
Y así fue.
El desaguisado duró un par de minutos.
Esto es como el cuento del señor, el niño y el burro.
La historia aquí contada puede ser vista desde diferentes ángulos y en todos habrá un argumento verdadero que será contrario a otro también cierto.
La pregunta es:
¿Hasta dónde y hasta cuándo llegará la necesidad de que nuestro querido puerto de Veracruz viva circunstancias de inseguridad y de desconfianza; de zozobra y de exageraciones de esta naturaleza?
Por lo pronto, mientras el señor viaja arriba del burro y el niño camina; mientras el niño viaja arriba del burro y su papá va a pie; o mientras ambos se trepan al jumento o los dos caminan mientras el animal viaja tranquilamente, en Veracruz se respira temor y tensión y es obvio que parte de la solución –por muy pequeña que sea- está en la cordura cotidiana y en la prudencia colectiva.
Vale la pena invitar al ejercicio de ambas.