Los veracruzanos esperan la voz de su líder
Arturo Reyes Isidoro
Prosa Aprisa
2014-12-01
(Me ha dado gusto leer, de nuevo, ayer, a Marijose Gamboa. Escribió brevemente. Se le nota reposada, madura, segura. Dios le dé aliento. Lo único que no se puede encerrar en ninguna cárcel es el pensamiento. Se nota que ha leído, lo que me da gusto. A mí querido amigo de juventud periodística, Luis Velázquez le envío mi abrazo y mis mejores deseos de que recupere pronto su salud y de que esté bien.)
Se me hace propio y oportuno que este lunes 1 de diciembre, al iniciar su quinto y penúltimo año de gobierno, Javier Duarte de Ochoa debiera hacer un pronunciamiento fuerte, porque, creo, las circunstancias lo ameritan.
Podría haberse pensado que hiciera un relanzamiento de su gobierno, o un replanteamiento del Plan Veracruzano de Desarrollo, el eje rector de su administración, en el que marcara sus propósitos concretos para concluir los dos últimos años de su administración, el último a plenitud, porque el sexto políticamente lo tendrá compartido con su sucesor.
La turbulencia social no cesa en el país. El anuncio que hizo el presidente Peña Nieto el jueves pasado no convenció a nadie. La inconformidad persiste. Para este mismo lunes se esperan protestas con las que el mexiquense arrancará su tercer año de administración.
La falta de credibilidad y de confianza en la palabra presidencial es grave. A lo de Tlatlaya, Ayotzinapa y la “casa blanca”, se suman ahora la caída en los precios del petróleo y la depreciación del peso frente al dólar. Ni por dónde se ve que la situación mejore.
Dos casos en especial han minado la fuerza presidencial: la desaparición de los 43 normalistas de Guerrero y el escándalo por la casa de su esposa. De lo primero, ciertamente él no los mató, pero su gobierno es corresponsable de lo que les pasó. De lo segundo, no tiene forma de cómo evadir la responsabilidad directa.
El jueves el presidente dejó ir la gran oportunidad de bajar la presión, de calmar un poco la inconformidad social, de tratar de rescatar y recuperar algo de la credibilidad y de la confianza perdida y de iniciar una nueva etapa en la vida del país. Su mensaje “Por un México en paz con justicia y desarrollo” sonó a más de lo mismo. Se esperaba otra cosa.
Hubiera sido inédito y se hacía necesario que hubiera dado un golpe de timón. Que hubiera aceptado de cara a la nación que no había hecho bien dejar que fuera su esposa la que tratara de explicar lo de la casa, que ofreciera una disculpa pública y una explicación él, que se comprometiera a no permitir más la corrupción a partir de ya y que anunciara, por ejemplo, que este lunes enviaría una iniciativa de ley para obligar a todos los funcionarios públicos, a todos sin excepción, de los tres niveles, federales y estatales, así como a todos los legisladores federales y locales, a todos los integrantes de los ayuntamientos del país, a jueces y magistrados, a funcionarios de las procuradurías de justicia federal y de los estados, a todos, a que hicieran pública su declaración patrimonial; y que pidiera que una exigencia para ser candidato a algún puesto de elección popular fuera que todos los aspirantes dieran a conocer su declaración de bienes.
Peña inicia el tercer año de su mandato igual que como terminó el segundo: en punto muerto. Ya no existe aquel presidente fuerte que llegamos a creer, y menos sus súper colaboradores: ni Osorio Chong, ni Videgaray, ni Aurelio Nuño, los más cercanos, a los que incluso se les veía como sus sucesores a futuro.
La caída en los precios del petróleo (nuevamente se hizo otra estimación a la baja en el crecimiento económico del país para 2015) y el disparo del dólar no auguran nada bueno. De paso, el prestigio internacional de este gobierno está por los suelos.
En Veracruz han concluido los Juegos Centroamericanos y del Caribe. El 8 de septiembre, sobre tanta polémica, crítica y duda que había sobre su realización, escribí y publiqué: “Pienso que al final de cuentas se le ha dado a la fase previa mayor atención de la que merece en detrimento de los asuntos, problemas, carencias y reclamos de la sociedad de urgente solución, pues la insistente crítica de algunos sectores hasta pareciera estar siendo alentada desde adentro para desviar el interés de los problemas de inseguridad, de la falta de recursos económicos, de la inconformidad por la nueva Ley del Instituto de Pensiones del Estado, etcétera”.
Insistí: “Creo que mejor hay que esperar. Si las cosas salen bien, habrá que reconocerlo; en caso contrario, no sólo yo sino creo que toda la prensa no sólo local-estatal sino nacional e internacional será demoledora con los responsables, así que para qué tratar de adivinar o estar especulando sobre algo que se tiene que dar necesaria y obligadamente. Creo que la atención debiera estar centrada en los problemas que enfrentan los veracruzanos, los que viven a diario y los que seguirán ahí cuando terminen los Juegos”.
Ya terminaron. En forma general, las cosas salieron bien y se tiene que reconocer. La próxima semana se celebrará en el puerto la XXIV Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, pero Veracruz es sólo la sede. La responsabilidad de la organización, la celebración y los resultados recae sobre el gobierno federal a través de la Cancillería. Una vez que pase, volveremos a nuestra realidad, de lleno.
Apenas habían comenzado los Juegos, cuando el domingo 16 de noviembre, el vocero del Arzobispado de Xalapa, presbítero José Manuel Suazo Reyes, publicó: “La celebración de estos Juegos Centroamericanos y del Caribe no nos debe hacer olvidar los compromisos por la verdad y la justicia. Si todos ponemos nuestro mejor empeño, también podremos salir victoriosos de las sombras del mal que acechan a la población y están sembrando dolor, luto y miedo. También se podrá superar la corrupción que ha desprestigiado a las instituciones”.
“Tenemos un pueblo que ha sido lastimado, siguen haciendo falta oportunidades de desarrollo, hay muchos pendientes para lograr una educación de calidad, no hay espacios de salud suficientes, tenemos mucha pobreza y miseria, la injusticia ha cometido muchos atropellos, la violencia no se ha controlado; esta fiesta deportiva no debe hacernos olvidar nuestra realidad”.
Estoy seguro que a los veracruzanos nos gustaría escuchar de nuestra máxima autoridad, el gobernador, qué y cómo va a hacer para que Veracruz transite con éxito en medio de esta turbulencia social que envuelve al país, qué y cuántos cambios o enroques hará en su gobierno y por qué llegarán quiénes llegarán, que acabe con la especulación, que distrae y crea incertidumbre en algunos sectores de la sociedad, precisando si habrá o no iniciativa para una gubernatura de dos años, si se aumentarán los impuestos, cuánta obra pública se hará, qué debemos esperar para el último tercio de su administración, cuánto y cuándo se pagará a los acreedores y prestadores de servicios a los que se les adeuda, en cuánto se reducirá la deuda pública, en cuánto tiempo se adecuará la legislación local con las disposiciones legales cuya iniciativa enviará este lunes el presidente al Congreso para desaparecer las policías municipales y las demás que esbozó el jueves; todo eso más otros asuntos en los que quisiera remarcar.
Javier Duarte inicia este lunes su penúltimo año de gobierno, en la práctica política del siglo pasado prácticamente el último, porque en el sexto ya sólo es para entrega de los pendientes y de la administración, cuando ya hay candidato para el relevo y luego gobernador electo y toda la atención se pone ya en el que viene.
Por eso, creo, es necesario, oportuno, un mensaje definitorio, fuerte, que marque rumbo para el último tramo, la guía que los veracruzanos esperan de su líder, la voz que dé ánimo, optimismo, certeza, confianza, los elementos necesarios para saber que todavía se puede creer en algo y esperar algo.