La inseguridad; los discursos

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2014-02-04

Equilibrado, juicioso como son siempre los suyos pero realista, el domingo el presbítero José Juan Sánchez Jácome emitió un mensaje en el que aludió a la situación de inseguridad que se vive en el estado.
A nombre de la Diócesis de Xalapa –lógicamente católica– apuntó: “En muchos casos la percepción de los ciudadanos respecto al clima de violencia difiere mucho de los pronunciamientos oficiales y no simplemente por la psicosis que se puede crear o por los falsos rumores de gente irresponsable, sino por los casos de inseguridad que enfrentan todos los días”.
En forma propositiva –crítica pero creativa–, según mi parecer, agregó: “La sociedad tiene que convencerse que se está actuando con determinación y no sólo para proteger la imagen. Reconocer oficialmente los hechos delictivos no debilita al gobernante, sino que lo muestra como un líder sensible y comprometido”.
Pero, decía al principio, el religioso hace un juicio equilibrado. Así, no deja de reconocer que se ve con gran esperanza la manera como se está volviendo a tratar en México el tema de la inseguridad. Refirió que distintas organizaciones sociales, los medios de comunicación y las mismas autoridades están favoreciendo un nuevo acercamiento y análisis del tema de la inseguridad y la violencia para seguir revisando las estrategias que se han emprendido y no soslayar los casos preocupantes que se siguen presentando en las comunidades.
Sánchez Jácome habla de un “despertar de la conciencia” en el tema, que a su juicio parece que está poniendo las condiciones pare replantear las estrategias que se han seguido en orden para encarar desde otros frentes la lucha contra la inseguridad y la violencia.
Dijo el qué pero también el cómo. Fue a una de las causas del estado de descomposición que vivimos: la pobreza, cuya lucha en contra, puntualizó, no se debe posponer, aunque puntilloso agregó que esa lucha no se puede enfrentar con “paliativos o dádivas que terminan por rendir culto a los actores políticos”. Claro que no.
El sacerdote se atrevió a decir lo que muchos, miles, millones quisieran decir pero no lo hacen por temor, por pánico al escenario público, porque no saben cómo, porque no tienen un medio o una caja de resonancia como la tiene la Iglesia católica, pero que en el fondo comparten en toda su amplitud: el sentimiento de que “El imperativo para un gobernante tiene que ser la protección de la sociedad, más que la protección de la propia imagen”.
Impecable su reflexión. Apegada a la realidad. Producto, sin duda, de lo que escuchan todos los días en el confesionario o en las oficinas parroquiales donde a diario llegan los fieles a pedir que en misa se ruegue a Dios por el familiar secuestrado o desaparecido, porque se acabe la extorsión de que están siendo objeto, porque cese el robo de campanas o alcancías en los propios templos… en fin, producto de un discurso muy distinto al oficial y a la percepción que tiene la autoridad.
Lo dicho, dicho está. Eso sucedió el domingo. Pero pareciera que el descarnado mensaje del presbítero no gustó y ayer enviaron, cilindraron a un palero profesional, el señor Guillermo Trujillo Álvarez, dizque presidente de la Red Evangélica del Estado de Veracruz, a buscar desmentir a Sánchez Jácome y a pintar un paraíso en materia de seguridad llamado Veracruz.
Según un boletín de prensa que él mismo emitió, durante una conferencia a la que expresamente convocó en conocido café del puerto de Veracruz, se llenó la boca asegurando “que la seguridad de los veracruzanos está garantizada”.
Resulta condenable que se envíe a un charlatán profesional a abordar un tema tan delicado, a responder sin que nadie le haya preguntado nada, incluso a que hable de un tema muy serio como el de las autodefensas asegurando que no existen y que “ya basta hablar mal de la entidad”.
Este señor en nada ayuda tratando de ocultar lo que sucede en la realidad y está faltando a uno de los Diez Mandamientos, el octavo, que dice que no mentirás. Siquiera por obra caritativa de su ministerio, si es que en verdad es pastor y no un vividor profesional de la dádiva, debiera acercarse y socorrer espiritualmente a tantas y tantas víctimas que hoy viven en la angustia o con dolor a consecuencia de hechos de violencia e inseguridad de los que Veracruz no está exento.
A propósito del tema, viajé el fin de semana a Coatzacoalcos. Sinceramente, pese a todo lo que diga el discurso oficial, lo hice no sin temor por la información que me llega por mi trabajo periodístico. Lo pensé mucho y finalmente me decidí a hacerlo en ADO en una corrida casi de media noche ante la protesta de uno de mis hijos.
No conciliaba el sueño y como viajaba en asiento de las tres primeras filas escuché la plática del conductor con un compañero suyo. A llegar casi al entronque de la carretera hacia Santa Fe, le explicó que prefería seguirse de largo hacia el puerto de Veracruz, atravesar la ciudad, perder media hora, pero no arriesgarse en ese tramo que considera altamente peligroso.
Le comentó a manera de consejo que no era recomendable atravesar el tramo de Santa Fe ni el que sigue en línea recta hacia la autopista a Córdoba, en especial entre las 12 de la noche y las 4 de la madrugada; que han asaltado muchos autobuses y a sus pasajeros y que incluso han matado a compañeros suyos.
Es un testimonio de alguien que, sin duda, conoce las carreteras de Veracruz y que sabe lo que verdaderamente está pasando. Pensé que mi temor era justificado, más cuando de regreso a Xalapa, alrededor de las dos de la mañana de ayer lunes, poco antes de llegar al puente de Cosamaloapan trataron de parar el autobús tirándole un objeto pesado, que pegó fuerte en el camión, algo que por fortuna pasó rosando el parabrisas y sólo le causó una grieta y un pequeño orificio. El conductor controló la unidad, aceleró y escapamos. Trató de calmarnos no dándole importancia al incidente.
El sucedido me acabó de explicar por qué no obstante haberse tratado de un fin de semana largo o minipuente, contrario a otros tiempos cuando los estudiantes llenaban el autobús, ahora tanto de ida como de regreso casi iban semivacíos. No cabe duda. La gente ya no está viajando de noche por las carreteras, al menor las del sur. Los invade el temor, fundado, además porque en Coatzacoalcos no es ninguna novedad cómo han asaltado, e incluso con saldo de víctimas, autobuses en especial pasando la caseta de Sayula, sobre la autopista hacia Tinajas. Me tocó vivirlo.
Por lo que escuché de otros pasajeros, la zozobra, el temor, se vive cada vez que se viaja de noche. En realidad hacerlo ahora es jugarse la vida. Comprobé, además, lo que aquí publiqué: el control de seguridad en las terminales de ADO está totalmente relajado. No hay revisión estricta, si siquiera una buen revisión, de nada, así que cualquier pueda pasar con un arma escondida.
Lo que se vive cuando no se va en camioneta blindada ni rodeado de guaruras refleja que entre los veracruzanos de abajo el discurso oficial sobre asuntos de seguridad no permea, que no se cree lo que se dice, que la realidad que se vive es cruda y que la población se siente desprotegida. Sánchez Jácome no está mal.