El Sur de Veracruz y el agua: la guerra que viene, la muerte que vivimos

+ CLAROSCUROS, por José Luis Ortega Vidal

2014-12-05

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El tema del agua y su escasez en el corredor industrial de Coatzacoalcos representa un capítulo actual y muy importante en la historia del sur de Veracruz.

Hay indicativos de que los actores políticos, empresariales, campesinos, indígenas y sociedad civil en general, no entienden a cabalidad la magnitud de este problema.

De continuar tal dinámica -que incluye a medios de comunicación inconscientes de su papel social al respecto- corremos el riesgo de que la problemática social, política, histórica que estamos viviendo en torno al agua, se profundice y nos lleve a más daños ecológicos y de tejido social irreversibles.

Durante el 2014 las actuales autoridades de Cosoleacaque, Minatitlán y Coatzacoalcos han enfrentado problemáticas heredadas en materia de manejo de basura y suministro de agua potable.

Los dos temas se han atendido –a lo largo de tres décadas- bajo una visión muy limitada de parte de alcaldes y legisladores de origen multipartidista e incluso de autoridades estatales y federales que en conjunto optaron por una suerte de bacheo trienal o sexenal a una amplia carretera con huecos cada vez más grandes y profundos: la del subdesarrollo y la pobreza endémica.

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Dueño de recursos naturales envidiables; proveedor de petróleo, gas, ganado, maíz que han abonado a la riqueza nacional durante todo el siglo XX y lo que va del siglo XXI, el sur de Veracruz padece pobreza extrema, abandono oficial permanente desde que México fue fundado como país independiente; desdén por el cuidado de sus recursos naturales que incluyen bosques y selvas desde los Tuxtlas hasta la Sierra de Santa Martha, San Martín, el Valle del Uxpanapa y áreas extensas de Minatitlán, Las Choapas y Jesús Carranza.

El Sur dueño de una riqueza biológica como pocas en el planeta es sede, al mismo tiempo, de contradicciones culturales como el desdén a nuestro presente multiétnico, así como a nuestro pasado prehispánico.

Nuestros pantanos poderosos, nuestras amplias zonas lacustres, nuestros llanos verdes y de agricultura generosa, representan tanto alimento y vitalidad que resulta sumamente difícil entender cómo, aquí, puede haber pueblos enteros que emigran ante la falta de empleo o huyen de la muerte por anemia; que padecen la falta de atención médica, el analfabetismo y sufren –por increíble que parezca- sed.

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Joaquín Caballero Rosiñol acaba de declarar a la prensa –el lunes 01 de diciembre- que Coatzacoalcos -el pueblo al que gobierna- depende de Tatahuicapan.

La declaración del munícipe se inscribe en el marco de una estrategia mediática que su equipo político diseña y ejecuta para evitar que se concrete el cierre o destrucción de la Presa Yuribia; amenaza que podría concretarse este jueves 4 de diciembre según anuncio de pobladores en la Sierra.

Dicho depósito –sabemos- distribuye desde hace 30 años el agua potable para pueblos y empresas ubicados en Cosoleacaque, Minatitlán pero sobre todo Coatzacoalcos, llamado la capital del Sur.

La calidad del agua de los ríos Texizapan y Jonuapan que nacen en la también llamada Sierra de Soteapan y alimentan la presa Yuribia es muy superior a la del líquido que emana de los pozos existentes y en construcción en las ciudades vecinas del río Coatzacoalcos.

La antigua población de Puerto México enfrenta una problemática anexa: se ubica frente al mar y parte de sus mantos freáticos son –por tanto- salinos.

El Sur de Veracruz –incluyendo a gobiernos y sociedad civil en general- parecen no valorar la riqueza que implica gozar de agua con muy alta calidad y suministrada por medio de la gravedad.

Más aún: el sistema de distribución -en manos del gobierno estatal a través de la Comisión Estatal de Agua de Veracruz (CAEV) y sus respectivas Comisiones Municipales- amén de no pagar energía eléctrica para hacerse del líquido vital, lo venden a usuarios que también deben pagar el servicio de drenaje.

Es decir una materia prima de excelente calidad, que llega por gravedad y se vende a buen precio junto con el servicio sanitario, ha representado para el Estado ingresos de cientos de miles de millones de pesos a lo largo de 30 años sin que nadie se haya encargado -en este lapso- de planificar la continuidad en torno a un proceso tan esencial, vital, clave para la sobrevivencia de todos.

¿Pensaron –pensamos- que la deforestación de la Sierra a manos de mafias, de ganaderos insensatos, de indígenas empobrecidos y abandonados, de incrementos poblacionales propios de la demografía, nunca cobraría el costo lógico de disminuir los niveles de los ríos y por ende bajar la capacidad de suministro de la presa Yuribia?

¿Creyeron –creímos- autoridades, empresarios, la clase política y sociedad civil instalada en la flojera intelectual, que basta con reinventar planes y proyectos de trabajo y de gobierno cada tres o seis años para atender los problemas sociales y frenar sus graves consecuencias?

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A los ejidatarios de Tacoteno -en Minatitlán- les rentaron las áreas pantanosas de Las Matas y el costo de tan mala idea lo pagamos todos: lo más evidente es que el Santuario de Zopilotes en que convirtieron un nicho ecológico muy rico, se saturó a tal grado que debió ser cerrado así haya sido parcialmente.

No obstante el cierre parcial del basurero a cielo abierto de Las Matas, la contaminación y destrucción de un amplio ecosistema generador de oxígeno, suministro de mantos acuíferos, que forma parte de diversas cadenas alimenticias de fauna y flora, nos ha heredado consecuencias en muchos casos irreversibles.

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A lo largo de las 3 décadas de explotar el agua de la Sierra de Santa Martha y San Martín sin una planeación ecológica, biológica, antropológica, histórica, sociológica, multicultural, académica, lingüística, económica, administrativa, adecuada, se optó por el manejo de un tema de vida a través de la política.

Los políticos llevaron despensas, dinero, obras, árboles, promesas, contratos, arreglos, puestos, cargos, promesas, discursos, a la sierra que nos daba el agua.

Algunos políticos llevaron un millón de pesos cada año y lo repartieron entre líderes campesinos o indígenas corruptos y convenencieros, entre caciques y organizaciones nefastas en manos de otros hombres de poder que hablan náhuatl o popoluca.

Otros políticos de plano no llevaron nada. Sólo se ocuparon de “su trienio”, de poner un bache al hoyanco de la carretera llamada subdesarrollo, de ocuparse de su próximo puesto y heredar la bronca al que siguiera.

Esto ocurrió con gobernadores, diputados federales y locales, alcaldes, senadores, etcétera.

Ocurrió también frente a una sociedad indiferente que sólo se entera sobre problemas con el agua cuando abre la llave de su casa y no cae una gota.

Lo que es peor: esto ha ocurrido muchas veces frente a una sociedad cómplice que vota sin conciencia o vendiendo su sufragio cada que llegan las campañas; una sociedad que contamina, que toma parte de la corrupción, que huye de la responsabilidad individual o colectiva, que piensa –lo mismo que sus políticos- en el hoy sin entender que éste forma parte inevitable del mañana.

Nadie se preocupó durante estos 30 años de operar a fondo desde diagnósticos científicos que permitieran visualizar el tema del agua en el Sur de Veracruz y llevaran a un plan de trabajo a corto, mediano y largo plazo para reforestar, administrar el recurso natural y planificar el desarrollo colectivo en el pleno respeto a la multiculturalidad que nos caracteriza.

No: no son los pinches indios ladinos que se quieren quedar con nuestra agua…

No: no somos las grandes ciudades ejemplo de progreso en el mundo…

No: no se trata de tapar una vez más un bache cada vez más grande, más profundo y más evidente, para salir corriendo luego en búsqueda de “mis intereses” bajo la lógica de “que cada quien atienda el suyo…”

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Al reconocimiento de Joaquín Caballero Rosiñol de que Coatzacoalcos necesita a Tatahuicapan es preciso añadirle el cómo se piensa atender la problemática de la presa Yuribia de una vez y para los próximos 100 años, sin cometer el error de los últimos 30.

A la declaración política del alcalde de Coatzacoalcos, es necesario sumar los datos, los elementos, las líneas de acción que surgen de los conocimientos y visiones tanto de las ciencias exactas como de las ciencias sociales.

Al punto de vista de un munícipe, hay que anexar los puntos de vista de legisladores, de autoridades estatales y federales, de empresarios, de comerciantes, prestadores de servicios y sobre todo de la sociedad civil en general.

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Si en el Sur de Veracruz no damos un giro histórico de timón en torno al tema del agua, avanzaremos hacia la pérdida de un recurso no renovable, básico para la sobrevivencia de nuestra especie, cada vez más escaso y caro.

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No nos damos cuenta pero pagamos 16 pesos por 4 litros o 10 pesos por un litro de agua a Ciel, propiedad de la Coca Cola, mientras nos cuesta trabajo pagar -o de plano no pagamos- nuestro recibo de 100 ó 200 mensuales pesos a la Comisión de Agua, de cuyo producto empleamos miles de litros día con día.

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Nuestra clase política no lo asume pero su paso por los espacios de poder es fugaz y de sus decisiones dependen muchos destinos, incluyendo el de ellos y sus seres queridos.

Si actúan en base a asesorías objetivas y en función del interés colectivo antes que el individual, su labor habrá valido la pena.

Si reparten dinero y despensas en función de intereses electorales e individuales, su función nos habrá partido la madre, les habrá partido la suya y habrá destruido ecosistemas y estructuras sociales de las que dependen las madres de los suyos.

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A nivel mundial, analistas muy bien informados visualizan el arribo a una nueva Guerra Fría.

Hay quienes –desde varias décadas atrás- opinan que la Tercera Guerra Mundial podría derivarse de los problemas por el agua.

Hacer algo para evitar escenarios tan atroces, es responsabilidad de todos y nace de hechos simples y cotidianos.

No lo entendemos, pero la muerte del agua es nuestra propia muerte.

Es un suicidio.

Es matarnos nosotros mismos y ya lo estamos haciendo.