Discriminación, hipocresía, impunidad y poder…

CLAROSCUROS José Luis Ortega Vidal

2013-02-20

(1)
En México, la discriminación es un cáncer que cohabita con un tumor de igual proporción y semejante profundidad: la hipocresía.

- Es mi medio hermano, pero es un “indio”
- “Choto vieeeejooooo”
- ¡No ves que es maricón!
- En Chacaltianguis hasta los trenes entran de reversa…
- “Lo disfrazamos de indito…”
- “Pinche choco…”
- “Está prieto…”
- “Esa si es una mujer con clase…”
- “Ay, está gorda…”
- “Estudia para que seas alguien…”
- “Pobrecito…está sordo”
- “Es una chiluda…”
- “Chancluda…”
- “Pata rajada…”
- Etcétera…

(2)
La discriminación es un fenómeno cultural.
Proviene de múltiples orígenes que pueden ser ideológicos, religiosos, económicos, sexuales, políticos –entre otros- y se reproduce a través de conductas aprendidas, reproducidas o impuestas; individuales o colectivas.
Hay pueblos respetuosos de las diferencias en algún aspecto de la vida, pero discriminadores en otros.
Hay sociedades profundamente discriminadoras en diversos aspectos y ejemplo a seguir en algunos elementos de su desarrollo.
Durante la década de los 90s, en Acayucan, un hombre dedicado al negocio de la venta de cervezas decidió ser candidato a diputado federal.
Se llamaba Ricardo Fernández, era homosexual y ampliamente conocido en la sociedad acayuqueña de la época por su carácter festivo –fue Rey del Carnaval- por los escándalos que se suscitaban en las cantinas que abría y cerraba y por su sobrenombre: “La Richard”.

(3)
Durante su campaña como candidato a la diputación federal, Ricardo Fernández ofreció más de una rueda de prensa en el patio de la cantina donde despachaba.
Mientras servía cervezas y botana y cobraba las cuentas de los parroquianos, platicaba con los reporteros convocados por el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional –PFCRN-; popularmente llamado “el ferrocarril”.
El trabajo electoral de “La Richard” no interrumpió un solo día la actividad de su negocio.
Además de microempresario, de aficionado al Carnaval en el que participaba vestido de mujer y de político, Ricardo adoptó a más de un niño o niña huérfanos y les dio educación.
Este tema en particular era algo de lo que estaba orgulloso.
A la hora de pedir votos, argumentaba eso: su condición de hombre pobre; su compromiso con los demás - particularmente con los niños abandonados- y su convicción de que la educación era fundamental para el desarrollo pleno de una persona.
“Uno de mis hijos ya es profesionista”, me comentó alguna vez.
A varios años de su muerte, en el Acayucan de hoy quienes conocieron a Ricardo Hernández lo recuerdan más por su rol de “La Richard” y por su fracaso electoral que por su lucha contra la orfandad y su fe en la educación.
La memoria es un arma de doble filo: puede evocar elementos clave para explicar objetivamente una situación dada o puede conducirnos a una visión parcial e injusta de la misma.

(4)
Leo una nota acerca Mauricio Clark, conductor de Televisa que hizo públicas su preferencia homosexual y su adicción a las drogas:

“Me siento en paz, vengo caminando por la calle pero tranquilo, ya no tengo ese dolor en el pecho, ya dije: soy Mauricio, soy un ser humano, soy drogadicto en recuperación, soy homosexual y lo hago con honestidad para sentirme bien y recuperar al ser humano que una vez fui”.
Esta afirmación me recuerda a Ricardo Fernández y pienso en otro cáncer que padece nuestra sociedad y junto a la discriminación y la hipocresía ya referidas:
La impunidad en que se mueve un amplio sector de nuestros hombres y mujeres del poder económico, político y religioso.
Reflexiono sobre la impunidad que encubre la pederastia, el abuso, el robo, el asesinato, la violación, el tráfico de drogas.
Allí, no es común la aceptación de sí mismo; y mucho menos el freno del daño a los demás que implica el arrepentimiento, la penitencia y la impartición de justicia
En la sociedad en general y en los círculos del poder en México en particular, lo común es la complicidad y el ocultamiento del verdadero Yo; sobre todo en los casos donde la víctima no es sólo el monstruo que cínicamente se mira cada jornada en el espejo, sino los demás, los otros, quienes le rodean.