Un año después…
La inseguridad a causa de la delincuencia organizada.
Arturo Reyes Isidoro
Prosa Aprisa
2011-12-01
En mi vida como periodista, alcancé todavía el último año del gobierno de Rafael Murillo Vidal y a partir de entonces he sido testigo y actor, ya desde un medio informativo ya desde adentro de la propia administración pública, del tránsito de los siguientes ejecutivos estatales: Rafael Hernández Ochoa, Agustín Acosta Lagunes, Fernando Gutiérrez Barrios, Dante Delgado Rannauro, Patricio Chirinos Calero, Miguel Alemán Velasco y Fidel Herrera Beltrán, a todos los cuales conocí en persona y traté y con varios de ellos colaboré y estuve muy cerca por la naturaleza del trabajo que me tocó desempeñar. Con el actual, Javier Duarte de Ochoa, fuimos compañeros de trabajo y participo, ya desde afuera del gobierno y de nuevo en las filas periodísticas, comentando temas que van surgiendo sobre su desempeño, el de su gobierno, sobre el acontecer diario, y de una cosa no tengo duda alguna: nunca antes un antecesor suyo, ninguno de los que he conocido, se enfrentó desde el inicio de su gestión a un problema tan serio y grave como el que él afronta ahora a riesgo de su propia vida y la de su familia: la inseguridad a causa de la delincuencia organizada.
A últimas fechas, como un trascendido, se ha especulado y comentado en algunos medios la presumible salida del país, la semana pasada, de sus menores hijos –niño y niña de ocho y seis años de edad, respectivamente– a causa del riesgo en que vivían, lo que seguramente los mantenía en estado de inquietud y preocupación permanente. Si es cierto, como todo parece ser que ocurrió y salvo alguna aclaración en contrario, para el Ejecutivo y su esposa debió haber sido dolorosa la separación, por demás justificada, pues representativos del máximo poder político como son, tienen un gran valor, el más alto como objetos y objetivos de negociación o intercambio y por lo tanto son codiciados por cualquiera que quisiera causar un mal. A mí eso me basta para, como jefe de familia, como ciudadano, como veracruzano, enviarles un abrazo de solidaridad.
Entre tantas decisiones que ha debido tomar el Gobernador, creo que en los primeros doce meses que hoy se cumplen no ha tenido otra más difícil, acaso la más difícil que haya tenido que tomar gobernante veracruzano alguno, que declararle abiertamente la guerra a la delincuencia organizada aquel miércoles 10 de agosto por la noche cuando a través de la radio y la televisión, como si diera una respuesta a lo que se venía comentando silenciosamente a diario y en todos los ámbitos, mencionó lo que ya no se podía ocultar: “No vamos a permitir que envenenen a nuestros ciudadanos con sus drogas, que atemoricen a los empresarios o inversionistas con extorsiones, que amenacen a nuestra gente con secuestros, que recluten a nuestros jóvenes para engrosar sus filas criminales”. Hasta entonces se había venido repitiendo y se nos había venido diciendo que en materia de seguridad no pasaba nada, que los casos de inseguridad que se daban eran aislados, que ese tipo de delincuencia estaba sólo de paso. Sus palabras confirmaron lo que la población e incluso una institución como la Iglesia sabían y vivían y mostraron la radiografía de la grave que todavía envuelve a la sociedad.
“La determinación de mi gobierno es clara y es reflejo del interés del pueblo veracruzano de vivir en libertad y sin temor. Seguiremos actuando con firmeza en contra de quienes busquen transgredir o violentar el Estado de Derecho, la paz y la armonía que merecemos como sociedad.
En Veracruz, los delincuentes, sin importar su origen ni el grupo al que pertenezcan, no encontrarán tierra fértil para realizar sus actividades ilícitas. Se les combatirá con toda la fuerza del imperio de la ley. No permitiremos que nos roben la tranquilidad y dañen nuestra convivencia”.
“Valiente, no de otra forma se puede calificar el mensaje de anoche del gobernador Javier Duarte de Ochoa. Valiente, realista, clarificador”, dije en la columna que apareció al día siguiente. “El mensaje ha marcado un hito. Habrá un antes y un después, sin duda”. El viernes pasado, el ex presidente del CDE del PRI Manuel Ramos Gurrión, en una mesa radiofónica a la que también me invitó el colega Edgar Hernández, recordó algo que se repetía antiguamente y que hoy poco se recuerda: que no hay escuela para gobernadores. No la hay ni la puede haber, dije en esa ocasión, porque cada gobernante va actuando conforme se le presentan las circunstancias de su tiempo.
Duarte de Ochoa enfrenta las suyas propias, una de las cuales no tiene precedente por su magnitud, por su gravedad, por su riesgo, porque incluso en enfrentarla y resolverla va hasta de por medio su seguridad, la de su familia.
Duarte de Ochoa, en su mensaje de aquella noche, mencionó todos los esfuerzos que está haciendo su gobierno para salir adelante y lo que se propone, pero aceptó que: “No obstante, todo el empeño que mi gobierno ha realizado para hacer lo que nos corresponde, existen circunstancias que no son exclusivas de Veracruz, que impiden que los efectos positivos de estos satisfactores impacten en su totalidad en el desarrollo de nuestra sociedad”. En otras palabras, dio a entender que el problema de la inseguridad va frenando el avance del estado.
Hoy, aquella decisión, aquel mensaje, aquel compromiso con los veracruzanos para garantizarles su seguridad, le ha significado un alto costo personal: la separación, el alejamiento de sus propios hijos, nada fácil en tratándose de niños, lo que tiene que reconocérsele y destacarse y lo que, en mi opinión muy personal, en asunto tan grave que nos amenaza a todos, debe concitar a que todos los veracruzanos lo apoyemos, diferencias de opinión o desacuerdos con sus decisiones en otros temas aparte.
Pero un año después, ojalá y el Gobernador tenga la visión, valore con toda lucidez el alcance que puede llegar a tener ese sacrificio personal que ha hecho pero también el que le significa estar en este momento al frente del gobierno y de los destinos de Veracruz, haciendo la mejor gestión, el mejor gobierno, no permitiendo la corrupción, combatiéndola, tampoco la simulación de quienes trabajan con él, realizando un manejo honesto y transparente de los recursos públicos, atendiendo y ayudando a los más necesitados, echando de su administración a todo aquel funcionario que no haga bien su trabajo, haciendo todo lo que tenga que hacer para que su actuación trascienda, para que en el mañana de frente a sus hijos les diga con toda satisfacción que valió la pena la separación, el sacrificio.
Hoy, en el arranque del segundo año de gobierno, los veracruzanos esperan lo mejor de la nueva administración. Se nos ha dicho que ya se sentaron las bases económicas para el despegue luego de la pesada herencia que significó recibir una gran deuda y arcas vacías. La carrera contra el tiempo, para demostrarlo, ha comenzado.