Una rectora que saber “leer y escribir”

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2013-10-31

Es la primera mujer rectora de la Universidad Veracruzana y, qué duda cabe, Sara Ladrón de Guevara es una rectora académica académica. Es muy temprano para calificar su mandato de cuatro años cuando apenas este sábado va a cumplir dos meses en el cargo, pero hasta ahora, se ve prometedor.
Conforme corren los días, se aclaran o se confirman detalles de las circunstancias en que llegó a la rectoría, y la comunidad universitaria debe sentirse honrada y dignamente representada porque la antropóloga, arqueóloga y maestra en Historia del Arte es fruto de una decisión de total y absoluta autonomía de la Junta de Gobierno.
Esto es, sustrayéndose a cualquier tipo de presión, que los hubo y mucho y muy fuertes, para elegir primero candidato y luego a rector a otros de los aspirantes, la Junta optó por quien consideró que tenía más méritos, todos los méritos para conducir a la UV, y no permitió ninguna injerencia externa, lo que la honra.
En este sentido, se habría hecho historia desde la elección misma no sólo porque se escogió a una mujer sino porque acaso es la primera vez en la historia de la máxima casa de estudios que se hizo valer plenamente la autonomía. Cuando no era autónoma, el gobernador en turno designó al rector, cuando lo fue a partir de noviembre de 1996 siguió influyendo el poder oficial político. Hasta ahora.
El cambio se ve, se siente. La nueva rectora no acabó con el equipo de basquetbol Halcones, sino que lo convirtió en un semillero formador de jóvenes deportistas universitarios, como debió haber sido siempre. Acabó, sí, con el equipo profesional que sangraba las finanzas de la Universidad en detrimento del patrimonio universitario, de una comunidad que padece graves carencias materiales y de equipamiento, y ya ni se diga de recursos.
Ha tenido el tino de nombrar colaboradores comprometidos con los verdaderos intereses de la casa de estudios, que han estado vinculados con la realidad diaria, cotidiana, lo mismo en el aula que en el cubículo, que no se encierran en ninguna torre, que tienen contacto directo y personal con funcionarios, catedráticos y estudiantes, en pocas palabras, acabó con la imagen de que la Rectoría era un botín para los amigos, cómplices y allegados.
En días pasados me dio gusto platicar con el director general del Área de Humanidades, José Luis Martínez Suárez, quien con gran entusiasmo me contó cómo se echó a recorrer y a visitar todos los campus, a platicar con maestros y alumnos, en largas reuniones de trabajo porque la comunidad tiene mucho qué decir y poco o nada se le había escuchado en sus mismos centros de estudio o de trabajo.
Me dijo cómo conoció en forma directa, por ejemplo, el espacio en que trabajan los catedráticos en la Facultad de Derecho, al lado de los cuales los cubículos del edificio de Humanidades en Xalapa son cosa de envidia y –eso lo deduzco yo – aquella famosa “oficinita” del Senado “de dos por dos” era una verdadera mansión.
Al principio de este nuevo rectorado, al menos el discurso también ha cambiado. En el pasado inmediato el discurso era el mismo, trillado, tejido siempre alrededor de un concepto con enfoque sociológico convertido en un cliché: el de la “distribución social del conocimiento”.
El viernes de la semana pasada, en apenas menos de dos cuartillas y media (usando letras del tipo Time News Roman, de 12 puntos), Sara dio unos pincelazos de su cultura, de sus lecturas, de autores y de ideas de las que ha abrevado.
En la sesión ordinaria del Consejo Regional Sur-Sureste de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), que se reunió en Xalapa, la rectora se apoyó en Nietzsche, Henri-Irenée Marrou, Jordi LLovet y Diderot para invitar a tomas decisiones sobre la educación considerando el pasado.
Ante 24 rectores y representantes de Instituciones de Educación Superior (IES), no dejó de considerar la base fundamental de todo intento de acuerdo: la palabra, el diálogo.
Por eso recordó que en una de sus cinco conferencias Sobre el futuro de nuestras instituciones educativas, Nietzsche afirma: “Toda la así llamada educación clásica sólo tiene un punto de partida sano y natural: el hábito artísticamente serio y riguroso en el uso de la lengua materna”.
Apuntó que más de cien años después, en su Historia de la educación en la Antigüedad, Henri-Irenée Marrou señala: “El verbo es siempre el instrumento privilegiado de toda cultura, de toda civilización, porque constituye el medio más seguro de contacto y de intercambio entre los hombres: rompe el círculo encantado de la soledad, donde el especialista tiende inevitablemente a recluirse empujado por sus conocimientos”.
A los invitados les expresó por eso celebraba que se reunieran para dialogar, discutir y tomar decisiones sobre el futuro de la educación superior en la zona, teniendo presente la difícil situación económica, política y social por la que atraviesa el país.
En especial planteó que el diálogo no sólo se entablara con el presente sino también con el pasado, porque, dijo, la educación… tiene esencia… que se mantiene inalterable más allá de o a pesar de épocas y grupos sociales.
Recordó que ya en 1773, en su Plan d’une Université pour le gouvernement de Russie, Diderot apuntaba: “Cuanto atañe a la educación pública, nada tiene de variable, nada que dependa esencialmente de las circunstancias. El fin de la educación será siempre el mismo, en cualquier siglo: formar hombres virtuosos e ilustrados”, y que en ese sentido, precisaba: “En cuanto que hombre, es preciso que [el estudiante] sepa qué debe a los hombres; en cuanto que ciudadano, es preciso que aprenda lo que debe a la sociedad”.
Destacó las tres variables que han permanecido inalterables a lo largo de la historia de la educación: la institución educativa, el estudiante y la sociedad.
No que necesariamente el discurso conceptuoso la vaya a hacer mejor o peor rectora. Pero es indicativo de que al menos sabe “leer y escribir”, que no va a tirar rollos con sentido político o para quedar bien con los políticos, que tiene basamento para conducir con conocimiento nuestra casa de estudios y que a partir de ahí podrá exigir a sus colaboradores una gestión de calidad, todo lo cual redundará en beneficio de la comunidad universitaria.
Sara recién estuvo en Francia en reunión con sus homólogos de otros países, de otras culturas, y, que se sepa, nos representó con toda dignidad (estudió además en La Sorbona, y habla, lee, traduce y escribe en francés e inglés en forma fluida, y lee y traduce italiano y portugués). Al menos no nos hace pasar vergüenzas (recuerdo que el gobernador Agustín Acosta Lagunes, sarcástico como era, decía que tenía un director –entonces– de Seguridad Pública al que no podía enviar a Francia a capacitarse si cuando lo enviaba a la Ciudad de México se perdía).
En fin, nuevos aires soplan en la UV.