La libertad de prensa es para ejercerse
Arturo Reyes Isidoro
Prosa Aprisa
2014-06-05
Estamos ya en la antevíspera de la celebración del Día de la Libertad de Prensa o de Expresión. Pese a todo lo que rodea a la fecha –protestas por acusaciones de amenazas o de represión oficial, o por la demanda del esclarecimiento de desapariciones, secuestros o asesinatos de compañeros; riesgos físicos (que siempre los ha habido en el ejercicio del periodismo), o de ser cooptados por el poder o de ceder a la autocensura, entre otros varios factores–, algo que, creo yo, ha pasado a segundo término es la pregunta que dominó buena parte del siglo pasado sobre si hay en el país libertad de prensa o no.
Desde mi punto de vista esa cuestión ha sido superada porque de que hay libertad la hay, todo es cuestión de que quien se dice de veras periodista se decida –e incluso se atreva, cabe el término– a ejercerla, a hacerla válida. Por fortuna, hoy las condiciones del país son otras, diferentes a las que padecieron compañeros de generaciones pasadas, cuando el poder hegemónico de los regímenes priistas era vertical, omnipotente, autoritario, represor, que casi no dejaba espacios para el ejercicio libre e independiente, a pesar de lo cual hubo periodistas que con todo valor se atrevieron a cumplir con su deber profesional y retaron al poder político, destacándose el inolvidable “Jefe” Pagés, José Pagés Llergo, y toda la generación que lo acompañó en la revista Siempre!, así como el Excelsior de Julio Scherer García, cuando entonces el periodismo mexicano se significó en el plano internacional y ese diario ganó merecidamente un lugar entre los 20 mejores del mundo.
La lucha para alcanzar los niveles de libertad que hoy gozamos no ha sido fácil ni corta. Viene desde la Ley Lafragua (llamada así por su autor José María Lafragua) o Reglamento de la Libertad de Imprenta expedida en México el 28 de diciembre de 1855, una de las principales aunque la más moderadas de las Leyes de Reforma, que indicaba que nadie podía ser molestado por sus opiniones, legislación que fue elevada a rango constitucional mediante los artículos 6° y 7° de la Constitución de 1857. Pero no obstante el ordenamiento, la tentación de poder por acallar las voces independientes ha prevalecido en la práctica, pudiéndose marcar un parteaguas en especial en 1968 cuando el movimiento estudiantil despertó conciencias y a aquel México adormilado por el llamado “desarrollo estabilizador” que se había alcanzado –ciertamente gracias a unos gobiernos priistas–, desarrollo en lo económico pero no en el pleno ejercicio de las libertades como la política o la de prensa.
Hoy el riesgo es más por la delincuencia organizada que no quiere que le afecten sus intereses cuando se informa sobre sus actividades o personas, aunque el Estado sigue siendo el responsable de garantizar la seguridad de los periodistas. Pero en contrapartida, la era digital, esto es, las redes sociales permiten como nunca antes una libertad de expresión y de manifestación de ideas que implica necesariamente a la libertad de prensa, que sólo no se pronuncia quien no quiere, aunque, claro, dista mucho el ejercicio profesional de quien lo hace esporádicamente o sólo por expresar un sentimiento e incluso para desahogar algún resentimiento personal por algún interés marcado.
Y aquí y ahora y en esa estamos. La libertad existe, aunque los riesgos también, no obstante que el periodista no se ocupe del tema de la delincuencia organizada, sobre todo porque el poder, que se renueva periódicamente, cada seis años, no puede sustraerse a la tentación de querer sujetar y amordazar a la prensa libre porque le molesta que le señale errores, deficiencias, ineficacias, arbitrariedades, actos de corrupción y de impunidad, abuso de poder, y, en general, atentados a los intereses de la sociedad a la que se comprometió a servir cuando rindió protesta legal para gobernar.
Pero las condiciones, a diferencia de las del siglo pasado, han cambiado mucho. Aparte de las innovaciones tecnológicas e informáticas y acaso por lo mismo, hoy existe una sociedad más informada, concientizada, madura, dispuesta a no dejarse ni a dejar que le falte un periodismo independiente, profesional, que le diga lo que otros le quieren ocultar, que ayude con su denuncia verdaderamente al desarrollo del país y del estado, por lo que queda en el periodista asumir el papel que le corresponde, es decir, ejercer plenamente esa libertad en forma responsable, a menos, claro, que tenga compromisos inconfesables con el poder (no es lo mismo que le contraten publicidad en un plano estrictamente comercial y legal, por motivos informativos y de imagen, a que acepte cobros indebidos –“en El Dictamen se vende espacio, no el criterio del periódico”, decía el inolvidable maestro Alfonso Valencia Ríos–) que lo limiten y lo acallen.
Por fortuna, al margen de vaivenes comerciales o publicitarios, esto es, de actuar conforme a algún compromiso económico con el poder, en Veracruz ha existido un sector de la prensa, aunque minoritario, que ha mantenido la tradición de informar en forma libre e independiente, corriente a la que, por fortuna para el fortalecimiento de la vida democrática del estado, últimamente se están sumando varios medios que por alguna razón han decidido dar por terminada su relación de entendimiento con el poder al que antes no le veían pero, situación que para la salud pública de Veracruz debiéramos aprovechar todos: el Gobierno para hacer bien, lo mejor que pueda y con transparencia las cosas de forma tal que no necesite pagar para que le aplaudan (“No pago para que me peguen”, decía José López Portillo); la prensa, para romper en forma definitiva el cordón umbilical económico que lo mantenía sujeto al dictado del poder y desde el poder y recobrar su independencia para beneficio de sus lectores, es decir, de la sociedad; y los ciudadanos para exigir cada vez más un periodismo profesional, independiente, apegado a la verdad, ético, que le informe bien, a secas, para su toma de decisiones como actor de la vida pública del estado.
En la capital del país, hace mucho que pasó a mejor vida la celebración del Día de la Libertad de Prensa por parte del Gobierno federal porque no se le veía sentido y causaba sospecha esa relación, que se consideraba que había terminado por pervertirse; en el estado la tradición se mantiene, aunque cada vez más con menos convencimiento de que sirva para el fortalecimiento de un ejercicio que, ciertamente, es conquista, derecho, obligación y compromiso del verdadero periodista comprometido ejercerlo, con o sin festejo oficial.
Pero, definitivamente, la libertad de prensa es para ejercerse y nada mejor que eso puede constituir la gran celebración de la fecha. Yo, por lo tanto, voy a celebrar a mi manera.