AGRADECIMIENTO POR LA MUERTE DE TRES FAMILIARES
Pasillos del Poder
César Augusto Vázquez Chagoya
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19 de JUNIO de 2012
César Augusto Vázquez Chagoya
Pasillos del Poder
2012-06-19
Somos una familia de 10 hermanos, criados bajo los conceptos de los Masones, pero nunca se nos prohibió tener religión y hasta nuestro padre Palemón Vázquez Atilano nos bautizó, a petición de nuestra madre María Asunción Chagoya Rivera.
Mi padre sólo entraba a la iglesia si bautizaba o casaba a unos de sus hijos o cuando se morían uno de sus 12 tíos, 11 mujeres y un hombre, que lo ahorcaran en Chinameca en el levantamiento armado contra Porfirio Díaz, en 1906.
Mi papá llega a la vida con una historia que sucede todos los días cuando Leandro Atilano, originario de Iguanero, congregación de Minatitlán, y se roba a la española Avelina Menéndez, quien se iba a casar con otro español del pueblo. Se unían por contrato.
El delito era grave y la familia de mi bisabuelo tuvo que pagar con ranchos la afrenta a la comunidad española y la familia agraviada. Por Abel R. Pérez, dueño por un tiempo del diario Excélsior, originario de Minatitlán, desde París, Francia, relata la muerte de Leandro Atilano, carnicero, a quien lo apuñalan en lo que es la calle Emilio Carranza, cerca de su casa porque andaba con una mulata casada.
Mama Avelina era menudita con profundos ojos azules, quien viviendo en la calle Juárez, llevaba muy temprano a sus hijos a misa. Mis hermanos mayores Carlos y Fernando la conocieron.
Nuestra abuela, hija de Avelina Menéndez, llamada Casilda, tuvo a dos hijos: Palemón y Esperanza. Mi abuela muere en una casa donde es la calle Ejercito Mexicano, hogar que conocí de niño.
Nuestros padres se conocen en una fiesta del pueblo el 18 de octubre de 1863 en 1936, donde los mexicanos le ganaron a los franceses en Cosoleacaque. Mis abuelos maternos no se oponían a la unión de la hija con un prometedor ayudante de los ingleses en la compañía El Águila.
De esa unión nacimos 10 hijos: 7 hombres y tres mujeres. Siendo el ayudante del superintendente de la refinería, lo que sería hoy un secretario particular, nuestro padre con nuestra madre nos dieron profesión a todos, pero más que nada el concepto de la unión.
Mi padre cada domingo llevaba a mi madre a misa y se quedaba sentado en el parque municipal de Minatitlán. Nosotros íbamos entre la misa y la banca donde estaba nuestro padre. Mi familia por un tiempo fue dueña de lo que hoy el curato de la iglesia.
Gracias a esta posición estratégica, mi padre, un masón, supo de la obra sin igual de padre Pedro Castillo, quien no sólo dirigió a la comunidad católica con dignidad, sino fue más allá, al crear el colegio Nazaret, la casa del niño y el asilo de ancianos.
Mi padre lo respetaba y hasta dejaba que este buen hombre nos diera catecismo.
Pedro Castillo murió antes que mi padre. El 14 de septiembre de 1971 muere el papá amoroso a los 56 años, quien nos dio educación y consejos que llevamos grabados en nuestra alma de un infarto al corazón.
El 11 de mayo de 1972 muere la madre de nuestra mamá, Otilia Rivera, por Catemaco, yendo con mi tío Otilio en una ambulancia del IMSS y para comprobar que estaba muerta la llevamos a una arena de box de la ciudad de los brujos, donde estaba el único médico. A la abuela la llevamos a Veracruz, donde había más recursos médicos. Mi tío era dirigente del sindicato del IMSS en Minatitlán.
Cosas de la vida. Regresando con el cuerpo de la abuela Otilia, llegué a mi casa en la calle Juárez y desperté a mi hermano Guillermo para decirle la noticia. Mi madre no tenía ni 9 meses de haber perdido a su compañero y ahora su mamá. Guillermo cumplió con gran dolor su misión.
En ese funeral, mi abuelo Regino Chagoya, a sus 106 años, en su sillas de ruedas y con una mente lucida, no podía aceptar que su mujer de 86 años se muriera antes que él. El 6 de julio de 1972 se muere mi abuelo de tristeza. En un año, mi madre perdió a su esposo, madre y padre.
Tenía 49 años, con un corazón fuerte, soportó todo y de la calle Juárez por prescripción de los médicos se fue a la casa que era de sus padres donde estaba sus hermanos Facundo y Otilio, en la colonia Santa Clara.
El temblor del árbol de la vida nos había cobrado nuestra enorme suerte de tener los abuelos y padres que nos educaron y nos dieron sentido a nuestras vidas. Ya no esperábamos otros desenlaces, porque pensábamos que éramos una familia longeva porque por los dos lados de la familia habían muerto ya muy grandes. Estamos equivocados.
Pasaron 41 años para que la muerte volviera a tocar nuestra puerta. El 6 de noviembre del 2011, nuestro hermano Guillermo, el más sano de todos, inexplicablemente le dio un paro cardiaco y tardaron en revivirlo 18 minutos.
A petición de su esposa Carlota y su hija Rocío, con el apoyo de nuestro primo hermano Amadeo Blanco Chagoya, en el Centro de Especialidades Médicas de Mérida, Yucatán, le hicieron su examen cerebral con equipo móvil, ya que no podían moverlo por su gravedad. 70% de la corteza cerebral estaba afectada.
Desde que lo vimos en Mérida, después trasladado a Villahermosa por más recursos médicos y llegar a Minatitlán en la tierra que nació en el hospital de Concentración de PEMEX, mi hermano seguía igual. Nos escuchaba, pero no podía respondernos.
Mi hermano murió a las 10.00 de la mañana del día 3 de mayo de este año. A los hermanos nos dolió mucho, pero no se comparaba con el sentimiento de nuestra madre de 92 años. Lloró mucho la muerte de Memo. Nos había dicho tantas veces que prefería morir antes de ver a un hijo muerto.
Mi hermano Jorge Eduardo, quien acudió al funeral de Guillermo, de repente soñaba que su hermano lo sacaba a pasear a la colonia donde nacimos. No estaba en cama. Caminaba despacio. Le había ganado 52 años a la muerte y una vida exitosa igual que Guillermo.
Una noche antes, a su familia y mis hermanos les dijo “Ya me voy a dormir”. A mi hermano le tocó la carambola de la muerte de Guillermo. Fue un magnífico estudiante y profesional; tuvo hijos y nietos. Le ganó tiempo a la muerte.
Una semana antes había visto a mi madre como lo hacía cada domingo. El día 1 de junio, a las 3.30 horas, Jorge se murió de pie, como había sido su vida contra la muerte por haber nacido con un mal cardiaco y el doctor Raúl Baz le salvara la vida con un grupo de médicos en 1962.
Ese día mis hermanos esperaron que mi madre se despertara y desayunara para darle la noticia. Lloró y lloró. Nosotros con el miedo de que no aguantara tanto dolor a su edad. No quiso ver a su hijos muertos, pero sí fue a sus rezos.
No bien enterráramos a mi hermano Jorge, cuando a las 10.30 de la mañana, del 11 de junio, nos avisan que se había muerto mi tío Otilio, quien vivía con mi madre, con 94 años. A sus 92 años, mi madre está bien. Tres muertos en un mes, es demasiado para cualquiera.
Escribo esto en agradecimiento y para que mis hijos lo sepan de no olvidarse de los hombres y mujeres que nos ayudan en los momentos difíciles.
Públicamente agradezco a nombre de mi familia, al gobernador Javier Duarte de Ochoa y a Karime Macías de Duarte por sus condolencias y apoyo. A mi amiga María Gina Domínguez Colio, por su hermoso corazón hacia nuestra familia.
Con gratitud a Carlos de Jesús Rodríguez, director de Gobernantes.com, por sus palabras y aliento. Es mi casa editorial cerca de los 10 años. Guardo en mi corazón los correos y llamadas de amigos. Gracias infinitas por su solidaridad.
Gracias eternas a todos. Se fueron en un mes dos hermanos y un tío muy cercano. No le reprocho nada a Dios, sólo quiero que le conserve el corazón de oro a mi madre, María Asunción Chagoya Rivera. No más, no menos.