JORGE LE GANÓ 52 AÑOS A LA MUERTE

Pasillos del Poder César Augusto Vázquez Chagoya Leanos en www.pasillosdelpoder.com www.enlaceveracruz212.com.mx vazquezchagoya@prodigy.net.mx 10 de JUNIO de 2012

César Augusto Vázquez Chagoya

Pasillos del Poder

2012-06-10

Preguntaba a gritos el encargado de la funeraria de la sección 10 de petroleros de Minatitlán: “¿Ya puedo cerrar la tapa?”… Se refería a cerrar la tapa del ataúd que contenía el cuerpo inerte de mi hermano Guillermo Enrique. Su viuda Carlota, con profundo dolor, aprobó con la cabeza. Todos estaban sentados y el único que se mantenía de pie era mi hermano Jorge Eduardo, visiblemente conmovido. Lo abracé y lo senté.

Eso fue el 4 de mayo. Después se cremaría el cuerpo de Memo. Terminaban 7 meses de sufrimiento de un infarto que nadie sabe qué lo causó. Estaba muy sano a sus 70 años y parecía que tuviera 50. Ese día no sabíamos que su muerte desencadenaría otra.

El día 1 de junio, a las 4 de la mañana, vino otra llamada fatal: “¡Jorge acaba de morir! No te vengas corriendo de Xalapa, porque no podemos hacer nada”, fue la advertencia y consejo. Otro vacío se abría en mi corazón. Otro hermano muerto en menos de un mes.

Jorge Eduardo nació el 21 de julio de 1946. Fue un ejemplo de lucha por la vida ya que había nacido con un mal del corazón al tener abierto un hueco entre la aurícula derecha e izquierda que hacía que se mezclara la sangre limpia con la sucia. Mientras era bebé, no había problema, pero cuando empezó a caminar se cansaba rápido. Sus uñas y labios estaban morados.

Los médicos de su tiempo le pronosticaban cada año su muerte. Creció sin poder jugar. Asistía a la primaria “Artículo Primero” ubicada en la colonia Obrera, al lado de la colonia donde vivíamos. Como no podía caminar más de cinco metros sin que se cansara, mis hermanos mayores lo cargaban hasta la escuela.

El parecido físico de Jorge con mi papá era extraordinario. Los grados educativos fueron de diez. Constantemente no iba a clases, y cuando asistía sus compañeros lo cuidaban en los juegos propios de su edad.

Fue una vida de medicamentos y sufrimientos, hasta que se le para de frente a mi padre y le dice que prefería morir, porque no quería vivir así y se quería operar. Muy a pesar de la oposición paterna se buscó la solución, cuando en 1960 no había la técnica médica para su mal.

La luz surgió en el Instituto Nacional de Cardiología de la Secretaría de Salud en la Ciudad de México. Un equipo de médicos jóvenes, encabezados por el doctor Raúl Baz, se iban a aventar operaciones al corazón de niños. Era sobrino del político Gustavo Baz, secretario de Salud. Treinta y cuatro niños entraron al programa, incluido mi hermano.

Mi madre, junto con mis hermanos Gerardo y María de Lourdes (los más pequeños) se fueron con Jorge a la capital del país. Lilia y yo nos quedamos al cuidado de mis abuelos maternos Regino Chagoya Escudero y Otilia Rivera. Ahí vivían también nuestros tíos Facundo y Otilio.

En la colonia Santa Clara (donde hoy viven mi madre y mi tío Otilio, junto con mis hermanos Lilia y Gerardo) se dio el drama de la separación familiar por la operación de mi hermano. Sufríamos y aunque comprendíamos, no nos conformábamos. Mi padre trabajaba y como nunca bajó de peso.

En abril de 1961 se fue a despedir Don Palemón de nosotros, porque se iba a México a una semana de la operación de Jorge. Lilia y su servidor nos pusimos “berrinchudos” porque queríamos que nos llevara para ver a nuestra madre. Mi tío Facundo nos regañó, porque sólo le dábamos mas problemas a nuestro padre. Éste, como decía nuestro tío, ya no quería mas presión y cedió a llevarnos.

Ahí vamos a la capital del país en un viaje de la plena selva de árboles a la selva de cemento. Dos pangas había en el camino. La de San Juan Díaz Covarrubias y la de Alvarado. Llegamos al departamento de mis hermanos en la calle Mixcalco, frente al mercado del mismo nombre. No pudimos ver a Jorge, porque estaba internado para la operación.

La angustiosa espera de nuestros padres y hermano por la operación de vida o muerte, contrastaba con nuestra niñez, que no veíamos la importancia de evento y nos dedicamos a jugar y nos asustaban que si nos salíamos nos iba a llevar el “robachicos”, que lo representaban con los pepenadores.

No conocíamos la televisión, y en contraesquina de la casa de nuestros hermanos vivía la hermana de mi papá, Esperanza, a donde íbamos a ver las caricaturas.

Llegó el gran día. Sí sentimos el sufrimiento de nuestros padres y hermanos. La operación duró 18 horas y fue un éxito. En esos días operaron a 4 niños. Tres se murieron por un shock nervioso, cayéndose de la cama. Nadie se imaginó que tenían que sujetarlos.

De esas primeras operaciones Jorge sobrevivió y con rapidez se recuperó. La alegría en nuestra familia era patente. Mi padre doblemente feliz porque compartió su tristeza y alegría con su única hermana que casi no veía, quien murió años después durmiendo.

A los dos meses de la operación, nos regresamos todos a Minatitlán. En la casa Jorge terminó en recuperase de la operación a corazón abierto. Después se incorporó a la escuela. Iba muy retrasado, pero con su inteligencia logró hacer la primaria en dos años y después terminó su secundaria en la escuela oficial.

Se regresó a México a estudiar la vocacional y de ahí al Instituto Politécnico Nacional para estudiar para ingeniero electrónico. En 1971 muere nuestro padre y mis hermanos mayores sufragaron sus gastos. Terminó la carrera en primer lugar en su generación. La necesidad de técnicos en Petróleos Mexicanos y en la Comisión Federal de Electricidad, la generación de ingenieros como Jorge se incorporó a la industria nacional sin haberse recibido.

Jorge se adhirió primero a la Azufrera Panamericana en Jáltipan, y de ahí a PEMEX en donde fue jefe en varias áreas de la zona sur de Veracruz, en el área de las comunicaciones, que tenía que ver con todo el sistema de operación de la industria petrolera.

Aunque ya era jefe, se propuso tener su título profesional y presentó su examen en el Tecnológico de Minatitlán, teniendo como sinodales a sus compañeros de trabajo que daban clases en esta institución superior, creada por el presidente Luis Echeverría.

En ese periodo de vida productiva se casó con Luz María Marcos Carvallo, originaria de Santo Domingo, Oaxaca. Tuvieron tres hijos: Omar, Lucía y Jorge. Omar y Lucia le dieron nietos. En el 2000 se jubiló de PEMEX.

En el 2008, Jorge se volvió a sentir mal. Los médicos diagnosticaron que su mal del corazón había vuelto. Se volvió abrir el hueco entre las aurículas del corazón. Con 62 años, decide volver a operarse. Fue canalizado al hospital Picacho de PEMEX, en el Distrito Federal.

Ya no había drama, porque Jorge nos había demostrado que hacía lo que él quería y siempre salió bien. En la camioneta de mi hermano Renato lo llevamos vía terrestre a México. En ese viaje, acompañado por su esposa, me contó que Raúl Baz todavía vivía y mientras pudo lo visitaba, y que el doctor lo quería como un hijo.

Se incorpora mi hermano Guillermo Enrique, quien había viajado de Mérida a México. Antes de la operación, se nos une mi hermano Gerardo. Al lado del hospital de Picacho, hay una colonia de petroleros, donde muchos departamentos se utilizan para alquilarlos a los que acompañan a sus enfermos.

No saben qué ayuda son esos departamentos, porque los costos de comida y alojamiento se bajan a lo máximo y más cuando en la esquina hay un supermercado y precisamente estando en este lugar a las 11 de la mañana recibo la llamada de Guillermo Enrique, quien me urgió que me fuera al hospital porque Jorge estaba grave. Pregunte: “¿Grave? Si no lo han operado”.

La única que estaba con mi hermano era mi cuñada Luz. Se le habían paralizado los riñones. Guillermo, Gerardo y su servidor nos sentamos en la escalinata del hospital sin saber qué hacer. Surgió la idea de hablarle a mi primo hermano Amadeo Blanco Chagoya, funcionario del sindicato petrolero. Estábamos marcándole, cuando nuestro familiar estaba frente de nosotros acompañado de su familia.

Explicándole la situación de Jorge, mi primo le habló a su amigo el director de Picacho comentándole que le habían prometido regresar a su primo hasta en avión a Minatitlán después de su operación, pero que no le había dicho que en calidad de muerto. Desde ese momento, los del hospital le metieron mano urgentemente y a las 6 de la tarde lo habían sacado de la gravedad.

La situación de Jorge era complicada. La diabetes ya jugaba también con su salud. Decidió no operarse, pero que sí le revisaran bien el corazón y el marcapasos. Lo estabilizaron y a la semana, efectivamente, se regresó a Minatitlán en avión.

En los últimos 4 años tuvo varias recaídas, pero se cuidaba mucho. Antes de la muerte de Guillermo, estaba estable. Después del velorio, de repente decía que Memo lo iba a buscar para ir a pasear a la colonia Primero de Mayo, construida por los ingleses a lado de la refinería, donde habíamos nacido. Después que lo visitaba mi padre. Misterios de la vida, porque conocemos muchos casos, que empiezan a ver a muertos antes de irse.

A las 3.30 de la mañana del 1 de junio, Jorge dijo que se iba a dormir y ya no despertó.

La muerte de un hermano duele mucho. Mi hermano era cariñoso y solidario, viviendo con él tantos momentos. Quiero quedarme con un acto de mi niñez que viví con Jorge.

Había aprendido muy bien la mecanografía y el ingles. Era 5 de enero de 1963 y de repente llega Jorge y nos dice a Gerardo, Mari y a mi, que teníamos que hacer la carta a los Santos Reyes, porque si no llegarían.

Ahí nos veía haciendo fila los tres dictándole a Jorge la carta a los Reyes, quien mecanografiaba una maquina de escribir Olivetti. Usted ya lo sabe, de niño uno quiere todo y Jorge se medio reía de tantas cosas que pedíamos. Los Reyes sí llegaron, pero con un solo regalo. No había para más con 10 hijos.

Como él ya se fue con mi padre y Guillermo, hoy, en una computadora, a 53 años de distancia de ese 5 de enero, yo escribiré la carta al cielo.

“Jorge:

Desde que naciste, superaste a la muerte en 52 años. Estudiaste; lograste una vida profesional exitosa, construiste una feliz familia y gozaste de tus nietos.

Los que nos quedamos, especialmente mi madre, te extrañamos y dejas un vacío en nuestros corazones. Tu esposa y tus hijos hicieron todo por ti, porque tú les enseñaste el trabajo y la unión familiar.

Este 10 de junio, a 9 días de tu muerte, vete en paz. Ya cumpliste. Goza la eternidad con nuestro padre y Memo.

Gracias a Dios por darnos un hermano tan extraordinario por 66 años”.